Demostración sindical del 1 de mayo

Desde 1958, cada 1 de mayo, día de la festividad de San José Artesano (también Obrero, para entendernos mejor), se celebraban en el Estadio Santiago Bernabéu de Madrid las llamadas Demostraciones Sindicales, organizadas por la muy afamada entonces Obra Sindical de Educación y Descanso, que consistían en unas grandilocuentes exhibiciones gimnásticas y folclóricas con las que se quería mostrar lo fuertes, artistas y guapos que eran los trabajadores y trabajadoras españoles.

Estaba claro que aquella «Olimpiada laboral», como también era conocida, que más bien parecía el acto inaugural de unos Juegos Olímpicos, tenía una claro objetivo propagandístico, pero, quizá en nuestra ingenuidad, la verdad es que nos gustaba mucho. Especialmente los más pequeños nos quedábamos asombrados viendo cómo los participantes exhibían sus extraordinarias dotes gimnásticas saltando, brincando, corriendo o haciendo impresionantes «torres humanas», como la que en 1958 hicieron nada menos que 800 trabajadores de la Empresa Nacional Bazán.

Para hacerse una idea, en esa primera edición participaron en la Demostración Sindical más de 10.000 «fornidos atletas», y las gradas del estadio se llenaron con 120.000 enardecidos espectadores, que aplaudían a rabiar todas las ejecuciones artísticas. Las demostraciones, por supuesto, eran retransmitidas en directo por TVE, y si alguien se perdía algo, siempre estaba el noticiario del «NO-DO» para recordárselo.

Ahora bien, aunque lo de la gimnasia quedaba muy espectacular, hay que reconocer que lo que más gustaba a todos eran las actuaciones de los coros y danzas, que venían desde todos los rincones del país para mostrar los cantes y bailes propios de cada región. Toda una exhibición folclórica y colorista que, intenciones aparte, en aquellos tiempos nos resultaba la mar de vistosa y entretenida. De hecho, su éxito era tal, que no faltó ocasión para que la demostración estuviera solo dedicada al «teatro, la música y la danza», como bien recoge esta crónica del diario «ABC» del 2-5-1962, págs. 31-32 (Archivo Linz de la Transición española, Fundación Juan March), que, entre otras cosas, cuenta lo siguiente:

«[…] Ciento veinticinco mil espectadores concurrieron anoche a la magna V Demostración Sindical de Teatro, Música y Danza, en la celebración de la fiesta de San José Artesano y en homenaje de todos los trabajadores del país al Fénix de los Ingenios Españoles, con motivo del cuarto centenario de su nacimiento. Escenario de esta sin par representación, el brillante césped del estadio Bernabéu, bajo la limpia luz de centenares de reflectores, convertido por una jornada en helénico y descomunal teatro. […]

Empieza el gran espectáculo

A las ocho y veinte de la noche, aunque la primera de mayo, nubosa y fresca, se alzó el telón de la gigantesca “reposición” del creador del teatro español. Primero, el pregón: “¡Escuchad todos!”. Recogido silencio en los graderíos. La aragonesa voz del pregonero, Bernabé Salvador, de Teruel, evocó vigorosa:

“… Y Lope, como se le llamó popularmente, es el poeta nacional de España, que escribió siempre pensando en el pueblo a que pertenecía, como hijo de un bordador…”. “Ahora, después de cuatrocientos años, renace Lope de Vega, el Fénix, el poeta nacional dé España, como renació el espíritu nacional español bajo la advocación de San José Obrero, el primero de mayo —fiesta recuperada por vosotros íntegramente— y renace para nosotros, para los suyos, para él pueblo español, al que dedicó su poesía y su teatro…”. Después, tres mil productores, trabajadores todos ellos de las más diversas profesiones y oficios, pertenecientes a las Agrupaciones Artísticas de Coros, Teatro y Danzas de la Obra Sindical de Educación y Descanso, componiendo seis cuadros teatrales, cuarenta y cuatro grupos de danzas y diez agrupaciones corales, iniciaron su desfile de presentación, mientras una impaciente ovación ahogaba el ambiente. Todos los colores y pasos de las regiones españolas, fundidos en el color y paso nacionales.

Extraordinario éxito de Lope

Los personajes de Lope saltaron a escena y alcanzaron un éxito de los grandes, un éxito extraordinario, como si se tratara de protagonistas creados hoy para el público actual. ¡Grandeza de nuestros clásicos, virtud de la pervivencia, secreto del genio! Don Joaquín de Entrambasaguas acertó plenamente en la selección y adaptación de textos. La dirección supo montar la obra como requiere nuestro tiempo. Los artistas demostraron esmero, inteligencia y sensibilidad. […]

Danzas y cantos españoles, bellos y profundos versos del incomparable poeta, comparecieron, en abigarrada y bellísima sucesión, en los gigantescos escenarios montados. Tragedia y gozo, alegría y patetismo, resumieron en la danza o en el canto o en la palabra, la raíz del pueblo, del ser nacional.

En el transcurso de la interpretación, el público repitió con entusiasmo y emoción sus aplausos. Se cerró el acto a las diez y diez con el himno de los Sindicatos, entonado por todos los participantes en esta memorable Demostración Sindical de Teatro, Música y Danza. Por último, todo el público en pie escuchó los acordes del himno nacional. El Jefe del Estado y su esposa fueron despedidos por los ciento veinticinco mil espectadores que llenaban el campo con una prolongada salva de aplausos y vítores. El Caudillo, con su presencia, refrendó una fiesta bonita, entrañable y, sobre todo, pacífica y popular».

¿Qué, cómo te quedas? ¡Yo mismo estoy a punto de echarme a llorar de la emoción que me embarga ahora mismo y no parar en todo el día!

Texto incluido en el libro El Retrovisor. Un paseo emocional por la memoria (El Ojo de Poe, 2019), páginas 274-277

Serenata «a la luz de la luna»

Lo de ligar aún no resultaba fácil del todo. Aquello de los guateques todavía no se habían puesto de moda y, cuando se celebraba alguna fiesta, el baile «agarrao» no estaba bien visto, así que había que olvidarse de eso de arrimarse mucho. Quizá por eso, cuando por fin alguien se echaba novio o novia, había que cuidarlo como un tesoro y procurar que «el cariño verdadero» perdurase para siempre.

Olores

Hace unos años leí una columna de Manuel Vicent en el diario «El País» en la que rememoraba los «perdidos aromas que a lo largo de la vida se han constituido en una estructura de tu memoria». «Para la gente de mi generación —continuaba diciendo Vicent en su precioso relato personal— es el olor a linotipia de aquellos cromos de futbolistas y tebeos, el de los lápices Alpino y el de las gomas de borrar con sabor a coco, el del confesionario donde el pecado de la carne se confundía con el aliento a tabaco de picadura que fumaba el confesor […], el del jabón Heno de Pravia que se usaba en casa, el del pegamento de los parches en el neumático de la bicicleta, el de las tahonas y confiterías […], el de alcanfor del armario ropero, el del serrín húmedo con que se barría el bar y el cine del pueblo […], el de los pinos mojados después de una tormenta de verano, el del humus de las hojas fermentadas en otoño».

Lo cierto es que después de empaparme de las aromáticas palabras de Vicent, mi memoria más sensible, que no siempre está todo lo atenta que debería, certificó que, en efecto, en el relato de nuestros recuerdos no solo se asoman de tarde en tarde aquellas cosas que un día vimos, sentimos o escuchamos. Aunque a veces no nos acordemos de ellas, también existen las que detectábamos con nuestro sentido olfativo y que, sin darnos cuenta, impregnaron nuestra vida de olores difíciles de borrar.

En ese proceso de reconciliación con aquellos viejos aromas no solo se destaparon en mí algunos de los que Manuel Vicent describía en su columna, sino también otros de mi particular retrovisor sensorial, en el que aún flotan en el aire el inconfundible olor a Varón Dandy y a fijador-brillantina Patrico con el que cada mañana me despertaba después de que mi padre se hubiese convenientemente aseado, o el más intenso aún a laca y perfume sin denominación de origen con los que mi madre se embadurnaba antes de salir a la calle; el rancio tufillo que destilaba el mantel de hule que había en la cocina; la extraña combinación aromática de formica, anís, coñac y Licor 43 que se escapaba por las rendijas del mueble-bar del salón; el pestilente hedor a Zotal que invadía las salas de cine cuando el acomodador accionaba su fumigación mientras los espectadores accedían a «visitar su bar»; el olor a tinta Pelikán que nutría nuestras plumas caligráficas, y a cartera de cuero, tiza, pizarra y sotana que se mezclaban en la clase de religión, en la de historia, en la de matemáticas o en la de Formación del Espíritu Nacional; la fragancia a polvo de talco y colonia sin marca registrada de la peluquería en la que me cortaban el pelo «corto y a raya»; el embaucador aroma a pan recién hecho, bamba de nata, mojicón, trenza, caracola o suizo con el que la panadería de Doña Concha invadía todo el barrio, aunque no menos invasor era el aroma que emanaba de la tienda de ultramarinos de Don José mezcla de arenques secos, queso curado, chorizo pamplonica, huevos gordos y frescos — sin segundas intenciones, no fuera a ser que el mismísimo Don José se sintiera aludido—, judías de El Barco de Ávila, galletas de vainilla, fideos de cabello de ángel y cualquier producto inimaginable a día de hoy; el intenso olor a pegamento de la zapatería de Mariano que te dejaba literalmente «colocado», lo que contrastaba con el de leche recién ordeñada, queso fresco y yogur de la lechería o el indescriptible aroma a carbón y leña de la carbonería, pero congeniaba sobremanera con el aroma a vermú, botellín de cerveza y gallinejas que destilaba el bar más concurrido del barrio.

Llegados a este punto del improvisado relato olfativo, me gustaría hacer un punto y aparte para dejar claro que de todas esas tiendas a las que he hecho referencia, sin duda la que nada más entrar te impregnaba de un olor más intenso y extraño era la droguería, lo cual tampoco era sorprendente, habida cuenta de todos los productos que se vendían en ella; o sea, lejía, aguarrás, alcohol de cocina, tintes para la ropa, glicerina, parafina, colas y pegamentos, betunes y ceras para la limpieza de zapatos, jabones, detergentes y otros para la limpieza general, Zotal y demás desinfectantes, insecticidas, antiparasitarios, lijas, pinturas, brochas y pinceles, sosa, cal, Pedramol, goma arábiga, barnices, esmaltes, aceites de linaza o secantes, productos para pulir cobres y metales…, y un sinfín más de ellos, a los que, al menos en la droguería de mi barrio, se unía su «selecta» oferta de productos básicos de perfumería, lo que daba como resultado una explosiva mezcla de aromas difícilmente igualable.

Sin duda se me quedan el tintero, como el Pelikán al que antes aludía, muchos olores más que, durante largo tiempo, formaron parte inseparable de mi vida cotidiana, pero seguramente sería demasiado fatigoso para quien se haya atrevido a leer esta aromática reseña que me atreviera a continuar añadiendo a la lista algunos más. Más conveniente me parece que cada cual ponga a prueba su memoria olfativa y recuerde qué aromas le traen viejos recuerdos, sean de la condición que sean aunque, a ser posible, que resulten agradables, emotivos y risueños.

Como concluía Vicent en su columna, y para no olvidar que fue su hermosa lectura la que me trasladó a los inolvidables olores que impregnaron mi infancia, «después de tantos años esos aromas están todavía en el cerebro. Se trata de respirarlos con el pensamiento y a la hora de exhalarlos liberar también, como el anhídrido carbónico que los acompañaba, la miseria de la posguerra, la represión y el silencio de cuantos fueron obligados a callar».

Rocío Dúrcal, «más bonita que ninguna»

No se sabe muy bien si es que, con bastante retraso, decidimos heredar la tradición de las estrellas infantiles de Hollywood, caso de Shirley Temple o, más aún, de Mickey Rooney y Judy Garland, aunque la verdad es que quedaban un poco atrás en el tiempo. Pero lo cierto es que, a finales de los 50, ya triunfaba de lo lindo nuestra primera «estrella nacional», Joselito, a quien no tardó mucho en seguir Marisol, ya a comienzos de los 60.

Con ellos se abrió la veda a nuevos ídolos de poca edad y mucho talento, como las gemelas Pili y Mili, que eran como «dos gotas de agua», y sobre todo Rocío Dúrcal, aunque en ambos casos quizá sería mejor catalogarlas como «estrellas juveniles».

A José Molina Molero, mi padre. In memoriam

El 6 de abril hubiese cumplido 97 años. Al acordarme, estuve tentado a escribir algo sobre él, pero el paso del tiempo diluye la memoria, así que finalmente decidí desempolvar este breve texto que escribí para el homenaje que se le rindió en Granada, su ciudad natal, en 2004 y que resume cuál fue el verdadero sentido de su vida.

De primero: Potaje de vigilia

Si este fuera el blog de «MasterChef», «Top Chef», «Pesadilla en la cocina», «Karlos Arguiñano en tu cocina» o de cualquiera de esos programas televisivos sobre cocina que tanto abundan y gustan, seguramente lo más apropiado sería empezar enumerando los ingredientes para preparar un exquisito «potaje de vigilia». Pero como este modesto blog no es sino un emotivo Retrovisor, lo más adecuado será simplemente echar un vistazo atrás, cuando este potaje era el «plato estrella» de una Semana Santa que mezclaba pasión y recogimiento, austeridad, abstinencia, devoción y ánimos contenidos.