Concha Velasco, chica para todo

In memoriam

Ahora que Concha Velasco ha decidido retirarse de los escenarios terrenales para subirse a los celestiales, resulta inevitable refrescar la memoria para recordar a aquella modosita y refinada chica de Valladolid que, con apenas 15 años, se coló en la gran pantalla, después de haberse formado como bailarina en las compañías de Manolo Caracol y Celia Gámez.

Pues sí, Conchita Velasco, como gustaba llamarla en sus comienzos, enamoró a media España (la otra media no tardaría mucho en rendirse también a sus pies) cuando, a mediados de los 50, apareció en películas tan deliciosas como Las chicas de la Cruz Roja (1958), Los tramposos (1959) y El día de los enamoradas (1959), entre otras, la mayoría de ellas junto al inolvidable Tony Leblanc, con el que rodó seis películas.

http://www.youtube.com/watch?v=h1BgL6G4Oj4

Desde entonces, el nombre de Concha Velasco fue quedando grabado con letras de oro en la historia del cine español, del que no se desligó tras seis décadas de carrera, durante las cuales se movió tan campante no solo en el cine, sino también en el teatro, la televisión y la música. Así que cómo no acordarnos permanentemente de esa chica para todo, o sea, «de Valladolid», «de la Cruz Roja»… y «ye-ye», como el título de la canción que la hizo más popular aún a partir de 1965, que con el tiempo fue acrecentando sus dotes como actriz, y, con ello, nuestro cariño desmedido por ella.

http://www.youtube.com/watch?v=L2SG1P86JCQ

Por todo eso, y por muchas más cosas, que resulta imposible resumir en unas cuantas líneas, es obligado no dejar pasar por alto que Concha Velasco mantuvo intacta su pasión por la interpretación, con bien lo demostró en su última aventura teatral, La habitación de María, un monólogo cargado de intensidad dramática, en el que volvió a demostrar sus extraordinarias dotes de actriz. ¡Dichosos aquellos que pudieron disfrutar de su impagable presencia tanto en los escenarios como en la gran y la pequeña pantalla, y dichosos aquellos que ahora podrán disfrutar de ella en algún escenario celestial, donde a buen seguro querrán que vuelva a sumergirse en el inolvidable papel de santa Teresa!

«Bic naranja, Bic cristal»

En el material escolar que había que llevar al colegio, convenientemente guardado en nuestra cartera, no podían faltar, además de libros y cuadernos, la pluma y el tintero para la clase de caligrafía y un plumier de un piso o un «superplumier» de dos, en el que bien guardaba siempre debía hacer un lápiz, un afilalápiz de horquilla —luego sacapuntas—, una goma blanca de la marca MILAN, esa que tenía un olor especial que a veces daban ganas de comérsela, y por supuesto un bolígrafo.