En hockey sobre patines, los «number one»

A ver, no nos engañemos: en cuestión de deportes, mucho la verdad no destacamos durante bastante tiempo. De vez en cuando, eso sí, el fútbol, que entonces como ahora era el deporte nacional, como la siesta o el aperitivo de mediodía, nos daba alguna que otra alegría. Véase el Europeo que ganó la selección en 1964 o la Copa de Europa que conquistó el Real Madrid en 1966. Bueno, también en baloncesto el equipo blanco nos dio más de una alegría aquellos tiempos de sequía deportiva. Solo un inciso: mis disculpas por decir «nos dio». Quería decir «les dio» a los seguidores merengues.

La canción del verano. ¿De cuálo?

A estas alturas de la película, sinceramente no sé si en este caluroso estío en el que andamos enfrascados, que no refrescados, todavía hay quienes siguen empeñados en encontrar la «canción del verano». Si es así, debo confesar que no tengo ni la más pajolera idea de cuáles serían las canciones que optarían a ese título hoy tan desprestigiado, pero que en su momento poco le faltó para ser declarado Patrimonio de la Humanidad.  

«El Arquitecto» Luis Suárez

Ni siquiera el Balón de Oro que recibió en 1960, el único concedido a un jugador español hasta hoy, salvedad hecha de los dos del hispano-argentino Alfredo Di Stéfano, impidió que el Barça traspasase a Luis Suárez al Inter en 1961. La crítica situación económica que atravesaba el club, endeudado hasta las cejas por la construcción del Camp Nou, fue una sustanciosa razón para que «El Arquitecto», como así lo llamaba Di Stéfano por la precisión en sus pases, recalara en el equipo milanés a cambio de ¡25 millones de pesetas!, una cifra que batió todos los récords de la época.

«Ama Rosa»: la radionovela

Aunque parecía que lentamente empezábamos a salir de la posguerra, lo cierto es que el corazón de los españoles seguía destilando sentimentalismo a borbotones y unas ganas terribles de vivir emociones a flor de piel. Quizá por ello continuaban gustando, y mucho, todas aquellas historias que tenían un acentuado tinte melodramático, fuera cual fuese la forma en la que se contasen: en película, en novela o en serial radiofónico, de tal suerte que cuanto más lacrimógenas fueran, más éxito tenían.

Se explica así el arrollador éxito que tuvo, por ejemplo, «Ama Rosa», aquella radionovela que empezó a emitirse en 1959 a través de las distintas emisoras de la Sociedad Española de Radiodifusión (SER), y que, durante muchos años, logró que cada tarde miles de españoles estuvieran pegados al transistor, generalmente llorando a moco tendido.