«Aquellas maravillosas vacaciones» a punto de salir de viaje

Mi nueva novela ya está haciendo el equipaje para salir de viaje en apenas unos días, así que, si te apetece pasar una divertidas y maravillosas vacaciones, ya puede ir preparando todo lo que necesites llevarte…

De momento, puedes hacer la reserva de billetes en https://www.avanteditorial.com/libro/aquellas-maravillosas-vacaciones-edicion-en-papel/

«No le, sí le…»

Los cromos eran, por decirlo de alguna forma, nuestra «moneda de cambio». Es decir, servían para cambiar los repetidos en el colegio, durante el recreo o a la salida de clase, o en el barrio con los amigos, pero sobre todo eran materia imprescindible de intercambio a la hora de jugar a las canicas, al tacón, a la lima o al trompo, también conocido como peonza. Así, el que ganaba se llevaba los cromos de los demás y viceversa. De esa forma se podía ir completando la colección que se estuviera haciendo o simplemente presumir del taco de cromos que se tenía. Cuanto mayor era, más prestigio te daba a la hora de jugar, e igualmente viceversa.

La hermana mayor

Los hermanos Rodríguez paseando por Madrid en 1960, cuya historia no sé si coincidirá en mucho, algo o nada con todo lo contado hasta ahora.
© Carlos Rodríguez Zapata / Archivo Regional de la Comunidad de Madrid

Como tantas cosas en esta vida, lo de tener una hermana mayor tenía sus ventajas y sus desventajas. Por ejemplo, compartir, lo que se dice compartir, compartíamos pocas cosas: la familia, claro, alguna partida al parchís, la oca o el cinquillo los domingos por la tarde y casi todos sus libros de texto, que fui heredando durante todo el bachillerato. De lo demás, nada, ni siquiera el colegio porque, como era habitual entonces, ella iba uno de chicas y yo a uno de chicos.

Por supuesto, tampoco compartíamos juegos y amigos. A la hora de salir a jugar, ella se iba con sus amigas a saltar a la comba, a la goma, a jugar al diábolo o a la rayuela, mientras yo prefería jugar al futbolín, a las chapas, al tacón o a la peonza. Por supuesto, de tebeos ni hablamos: a mí me encantaban las aventuras del «Capitán Trueno», el «Jabato» y «Hazañas bélicas», y a ella las de «Florita», «Azucena» y «Mary Noticias. Y ni que decir tiene que en películas también teníamos nuestras discrepancias; o sea, si yo no me perdía una de Joselito, ella enloquecía con las de Marisol, hasta el punto de que no había momento del día en que no la escuchara entonar «La vida es una tómbola», «Chiquitina», «Ola, ola, ola» o «Corre, corre, caballito», lo que a veces me hizo pensar que con Marisol más que «un ángel», lo que había llegado era «un demonio». En realidad, por no compartir, no compartíamos ni mara de chicle. Sí, como lo digo: ella era de Bazooka de fresa y yo de Cosmos de regaliz. ¿Qué, a que es alucinante?