La vuelta al cole

Pues sí, aunque parezca mentira, después de un largo verano, por fin comienza el nuevo curso escolar. ¡Qué alegría, dirán muchos, especialmente padres! Como cada año, el entusiasmo de los niños y niñas que vuelven a clase crece en la misma proporción en la que adelgazan los bolsillos de los padres, que de pronto parecen sufrir un ataque severo de raquitismo; o sea, con la nueva «temporada escolar», inevitablemente, se inicia también la adquisición de nuevo equipamiento: libros de texto, mochila, uniforme, chándal, zapatillas de deporte…, y un sinfín de cosas más que resulta imposible enumerar ahora. En definitiva, ¡una ruina total!

Y me pregunto yo: ¿no podría hacerse como hace años, cuando al niño o a la niña se le equipaba para el regreso al colegio con todo lo que heredaba de su hermano mayor o, si era hijo único, de un primo o del hijo o la hija de la vecina del cuarto? Y es que entonces se tenía la sana costumbre, especialmente para los padres, de endiñar al pequeño todo lo que el mayor había utilizado un año antes. La cuestión era que, para bien de unos y desgracia de otros (de los más pequeños, claro), todo duraba eternamente: los libros del curso correspondiente, los pantalones con rodilleras especiales para hacer deporte, la cartera de cuero para transportar el material escolar, el plumier de madera…; en fin, todo lo necesario para volver a ejercer de alumno.

En mi caso, por ejemplo, durante toda mi etapa escolar, jamás estrené un libro. Siempre me sirvieron los textos de mi hermana mayor, que para colmo tenía tres años más que yo. Con esas, creo incluso que había libros de geografía en los que ni siquiera figuraban países que, durante ese tiempo, se habían constituido. Y el de historia, que creo que no llegaba más allá de la conquista de América.

Por suerte, lo de que la mayor fuera una chica me libró de heredar su ropa, lo que ya hubiera sido el colmo. Aunque, a decir verdad, alguna vez sentí la tentación de mi madre de ponerme la falda del uniforme de mi hermana que se le había quedado pequeña. Me libré por los pelos…

«Los chicos del Preu», pero no los de la peli

El Retrovisor

Fotograma de «Los chicos del Preu», con Karina en primer término

Seguro que alguien llegó a ver en su momento, o quién sabe si más recientemente, «Los chicos del Preu», la película de Pedro Lazaga que narra, como bien se resume en Wikipedia, «las inquietudes, problemas, amores, amistades, desencuentros y experiencias de un grupo de jóvenes que emprenden un nuevo curso escolar, el Preuniversitario, que les dará acceso a la Universidad y, por tanto, a la vida adulta. La trama está vista a través de los ojos de Andrés Martín (Emilio Gutiérrez Caba), un muchacho de Tomelloso [ya decía yo que, además de Plinio, conocía a alguien más de esta localidad manchega] que llega a Madrid con una beca y queda fascinado por la vida en la capital. Después, al percatarse del gran esfuerzo económico que deben hacer sus padres, decide ganar dinero descargando camiones en un mercado y compaginar…

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«Bic naranja, Bic cristal»

En el material escolar que había que llevar al colegio, convenientemente guardado en nuestra cartera, no podían faltar, además de libros y cuadernos, la pluma y el tintero para la clase de caligrafía y un plumier de un piso o un «superplumier» de dos, en el que bien guardaba siempre debía hacer un lápiz, un afilalápiz de horquilla —luego sacapuntas—, una goma blanca de la marca MILAN, esa que tenía un olor especial que a veces daban ganas de comérsela, y por supuesto un bolígrafo.

La misa en latín

El Retrovisor

Debo reconocer que lo de la misa en latín no me gustaba demasiado. Bueno, la verdad sea dicha, no me enteraba de casi nada. De hay quizá la expresión popular de «no enterarse de la misa la media», que viene que ni pintada. En realidad, la mayoría de la gente no estaba muy ducha en latín, así que es de suponer que no pillaban una y, como en mi caso, a veces había que hacer playback para que no se notara demasiado que no me sabía el texto.

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«Los chicos del Preu», pero no los de la peli

Fotograma de «Los chicos del Preu», con Karina en primer término

Seguro que alguien llegó a ver en su momento, o quién sabe si más recientemente, «Los chicos del Preu», la película de Pedro Lazaga que narra, como bien se resume en Wikipedia, «las inquietudes, problemas, amores, amistades, desencuentros y experiencias de un grupo de jóvenes que emprenden un nuevo curso escolar, el Preuniversitario, que les dará acceso a la Universidad y, por tanto, a la vida adulta. La trama está vista a través de los ojos de Andrés Martín (Emilio Gutiérrez Caba), un muchacho de Tomelloso [ya decía yo que, además de Plinio, conocía a alguien más de esta localidad manchega] que llega a Madrid con una beca y queda fascinado por la vida en la capital. Después, al percatarse del gran esfuerzo económico que deben hacer sus padres, decide ganar dinero descargando camiones en un mercado y compaginar este trabajo con los estudios». Continuar leyendo ««Los chicos del Preu», pero no los de la peli»

Los niños con los niños

Patio del colegio de los Salesianos de Mérida, años 60

¡Qué razón tenían Los Bravos cuando cantaban aquello de «los chicos con los chicos…»! Y es que, por cuestiones de índole ideológico, moral, antropológico o medioambiental, vaya usted a saber, en aquellos tiempos de sequía mental en los que muchos nos educamos y crecimos, la mayoría de los colegios, especialmente los religiosos, eran «unisex». Y no me refiero al término con el que hoy día las peluquerías indican que cualquiera, sea del género que sea, puede entrar a apañarse el pelo, sino a su sentido más literal, o sea, que en ellos o estudiaban solo niños o solo niñas (posteriormente chicos o chicas). Continuar leyendo «Los niños con los niños»

La misa en latín

Debo reconocer que lo de la misa en latín no me gustaba demasiado. Bueno, la verdad sea dicha, no me enteraba de casi nada. De hay quizá la expresión popular de «no enterarse de la misa la media», que viene que ni pintada. En realidad, la mayoría de la gente no estaba muy ducha en latín, así que es de suponer que no pillaban una y, como en mi caso, a veces había que hacer playback para que no se notara demasiado que no me sabía el texto. Continuar leyendo «La misa en latín»

Historia de España (y IV): De los Reyes Católicos a Carlos V

Como todos los años, en Historia de España, comprobábamos con fehaciente certeza que se acercaba el final del curso y aún nos quedaba mucho por dar. Y es que, entre unas cosas y otras, el tercer trimestre lo habíamos dedicado casi en exclusiva a ensalzar las muchas virtudes de los Reyes Católicos, a cuya actuación tanto le debía este país. Así, no habíamos dejado detalle sin tocar de la unificación de Castilla y de Aragón, de la Reconquista, que había conseguido que musulmanes y judíos tuvieran que ventilárselas fuera de nuestro país, del descubrimiento de América, gracias a su generoso patrocinio, y de tantas y tantas hazañas más. Continuar leyendo «Historia de España (y IV): De los Reyes Católicos a Carlos V»

Historia de España (III): De la invasión musulmana a los Reyes Católicos

Después de todas las apasionantes aventuras que, durante el segundo trimestre de Historia de España, con la excusa de la Reconquista habíamos vivido con superhéroes nacionales como Don Pelayo y El Cid, el tercero lo iniciábamos con la tranquilidad de que los «okupas» musulmanes, por fin, habían decidido sacar el billete de vuelta a sus casas y dejarnos tranquilos en nuestras tierras, que para eso eran nuestras y las teníamos hipotecadas. Continuar leyendo «Historia de España (III): De la invasión musulmana a los Reyes Católicos»

Historia de España II: La conquista musulmana

Al terminar el segundo trimestre del curso escolar, la «apasionante» asignatura de Historia de España casi siempre la dejábamos aparcada después de estudiar el trasiego de pueblos que nos habían visitado, pero, sobre todo, con el sabor amargo que nos habían dejado los dichosos visigodos. Y es que, según contaban las crónicas más fiables de la época, todo andaba estupendamente con ellos, hasta que, como suele ser habitual en cualquier historia, en la lucha encarnizada por conquistar el trono, a los sucesores de Witiza no se les ocurrió otra cosa para derrocar al rey Rodrigo que llamar al líder musulmán norteafricano Tariq Ibn Ziyad para que les echara una mano. Continuar leyendo «Historia de España II: La conquista musulmana»

Historia de España I: De los íberos a los visigodos

Durante mi «larga y fructífera» etapa escolar, o sea, desde ingreso hasta 6.º de Bachillerato, todos los años dábamos la misma asignatura: Historia de España. Bueno, o esa al menos es la impresión que yo tengo, que certeza absoluta ahora mismo no me queda.

Fuera o no fuera exactamente así, lo cierto es que, como es fácil adivinar, nos sabíamos de «pe a pa» todas las aventuras históricas por las que ha atravesado nuestro querido país. Conocíamos al dedillo, por ejemplo, las peripecias de los íberos, los celtas, los fenicios, los cartagineses, los griegos y, cómo no, los romanos, pueblos muy dignos todos ellos, que nos dejaron un extraordinario legado, social, cultural y artístico, como bien se puede apreciar a lo largo y ancho de la llamada Península ibérica, otrora Hispania y en la actualidad España. Continuar leyendo «Historia de España I: De los íberos a los visigodos»

La letra con tinta entra

En el colegio salesiano en el que estudiaba, como imagino que en muchos otros, una de las cosas que más cuidaban en nuestra educación era la caligrafía. Sí, la caligrafía; o sea, el intento de que, con mucha dedicación y esfuerzo, lográramos tener una buena letra. Para ello, casi diariamente dedicábamos un buen rato a escribir cuidadosamente en un cuaderno, tratando de que todas las letras de cada palabra estuvieran perfectamente perfiladas y, además, muy bien ligadas las unas a la otras, de modo que, cada una de ellas se escribiera de un solo trazo, o esa al menos era la intención. Continuar leyendo «La letra con tinta entra»

«Au clair de la lune…»

El francés era, salvo que alguien me corrija, el idioma que más se impartía en bachillerato, tal vez porque se pensaba que era la lengua extranjera más práctica de cuantas podían enseñarse. Al fin y al cabo, Francia era el país que más cerca nos pillaba y al que con más frecuencia hacíamos «turismo laboral», mientras que Inglaterra nos quedaba algo más lejos y, para ser sinceros, su lengua tenía mucho menos futuro. Otra cosa era el «norteamericano», por supuesto, que se hablaba de otra manera, pronunciando como si se masticara chicle, como bien se podía comprobar en muchas películas. Continuar leyendo ««Au clair de la lune…»»

«Quousque tandem abutere, Catilina…?»

Aunque parezca increíble, en el bachillerato que yo estudiaba dábamos tres idiomas: lengua española, francés ¡y latín! Sí, latín, esa «lengua muerta», que se dice hoy día, en la que está la raíz de la mayoría de las palabras que utilizamos en español; bueno, y también en francés, italiano, rumano…, o sea, en las que, obviamente, se conocen como «lenguas latinas».

Y, desde luego, no era mala razón para que en otros tiempos se intentara que el latín no estuviera muerto, sino más bien vivito y coleando, aunque también hay que decir que no a todos los chicos y chicas que lo estudiaban se les daba bien. A muchos se nos atragantaba lo de las cinco declinaciones, entre las que la reina era sin duda la primera, con su famosa «rosa rosae», que con tanto primor y esmero aprendíamos y recitábamos. Pero también estaba lo del nominativo, vocativo, acusativo, genitivo, dativo, ablativo y locativo, que nos volvía locos a la hora de construir una frase o de traducirla. Continuar leyendo ««Quousque tandem abutere, Catilina…?»»