«Los Intocables»… de Eliot Ness

¡Ojo a la que se nos venía encima! De pronto, en la primera escena del primer capítulo de una serie de la que casi nada habíamos oído hablar hasta entonces, dos tipos, pistola y ametralladora en mano, entran en una peluquería-barbería y, después de darles las pertinentes felicitaciones a los clientes, se lían a tiro limpio con ellos. Así, como el que no quiere la cosa. Acto seguido: presentación de la serie, protagonistas y título del capítulo, «El trono vacío». Inmediatamente después segunda escena, en la que una voz en off cuenta que, el 5 de mayo de 1932, el famoso gánster Al Capone, detenido por evasión de impuestos, va camino de prisión, donde cumplirá una condena de once años… ¿Qué, cómo te quedas?

Pues impactados, como íbamos a quedarnos después de este explosivo arranque de la serie «Los Intocables», allá por 1964, o sea, justo un año después de que dejara de emitirse en EE UU, lo cual tampoco nos importaba demasiado. Lo realmente importante es que, a partir de entonces, nos esperaban otros 113 episodios que, si eran tan impactantes como el primero, prometían ser más que emocionantes. ¡Y vaya si cumplieron su promesa! Las aventuras y desventuras del implacable agente especial Eliot Ness —protagonizado por Robert Stack, que se convirtió casi en un miembro más de la familia— y su equipo de «intocables» agentes del tesoro, que luchan denodadamente contra el crimen organizado en el Chicago de los años 30, nos dejaron sin respiración.

«Los Intocables», por supuesto, tardó poco en convertirse en una de las series favoritas de los telespectadores españoles, de modo que llegó incluso a emitirse en «horario estelar», que entonces era la noche de los sábados, privilegio que sinceramente desconozco si hoy sigue manteniéndose. En todo caso, fuera cual fuese el día en que podíamos verla, allí estábamos impertérritos frente al televisor para disfrutar de 50 minutos de acción y suspense, durante los no dejaban de sucederse gánsteres y criminales sin escrúpulos, malvados sicarios del tráfico de güisqui que ya no sabían que hacer por saltarse a la torera la Ley Seca, y todo tipo de personajes de la más abyecta calaña. Pero, por fortuna, ahí están Eliot Ness y sus chicos, que no dejaban pasar una —no me refiero solo a botella de güisqui, que también—, así que no había caso que les resistiese ni delincuente al que no acabaran finalmente trincando. ¡Ah, y sin recibir un solo rasguño!, de ahí probablemente el nombre de «intocables».

Desde luego, ¡qué tranquilos nos quedábamos cada vez que terminaba un capítulo! De nuevo la ley y el orden, o sea, los buenos, volvían a triunfar, y los canallas, o sea, los malos, a pagar por sus tropelías! Así que otra noche que dormiríamos a pierna suelta y quién saber si a soñar que éramos Eliot Ness y, sin miramientos, atrapábamos a los malotes del colegio, esos que nos quitaban el balón de fútbol cuando jugábamos en el recreo. ¡Sí, qué tranquilidad!

«Mantenga limpia España»

Si mis fuentes de información no me engañan, algo a lo que no siempre puedo dar crédito, en 1964, o sea, mientras curiosamente celebrábamos con verdadero entusiasmo el triunfo de la Selección Española de Fútbol en la Eurocopa celebrada en Madrid —entonces denominada Copa de Naciones—, la campaña «Mantenga limpia España», promovida por el «activo» Ministerio de Información y Turismo, andaba a pleno rendimiento.

De hecho, según fuentes oficiales, estaba teniendo un gran éxito, debido principalmente a la buena acogida que estaban cosechando los anuncios de radio creados para tal fin, lo que se traducía en que se estaban consiguiendo «reducir los desperdicios callejeros y otros usos poco higiénicos». De lo que ya no tengo constancia es de si también se estaba logrando su principal finalidad, es decir, como señalaba el diario «La Vanguardia», «crear un espíritu de solidaridad y respeto mutuo entre los ciudadanos para el común disfrute de las cosas comunes», lo cual ya parecía una misión imposible.

Ahora, lo que si es evidente es que el susodicho Ministerio tenía denodado interés en que lo de mantener limpia España calase honda entre los españoles, especialmente porque el incremento progresivo del turismo estaba resultando más que notable, y era menester que cuando los turistas nos visitaran se encontraran con un país «limpio como la patena».

Por eso, el 23 de noviembre de 1965, se puso en marcha la segunda fase de esta ambiciosa campaña de limpieza, que fue presentada a bombo y platillo en el Club Internacional de la Prensa. Como recogía la edición del periódico «ABC» del día siguiente: «El director general de Radio y Televisión, señor Aparicio Bernal, expuso el nuevo programa que se trata de desarrollar activamente con un interesantísimo material publicitario, que en gran parte proyectarán los dos canales de televisión». Además, seguía relatando la noticia del evento, «otra nueva experiencia será la difusión de películas cinematográficas, en las que se enseña cómo la limpieza no es un imperativo social de lujo». ¿Impresionante, eh?

Pues ahí no quedaba la cosa, porque —me tomo la libertad de seguir utilizando la muy fiable fuente de «ABC»— «paralela a esta actividad se iniciarán concursos de ámbito nacional en escuelas y cuarteles y también entre Ayuntamientos y Corporaciones locales, que son, en definitiva, quienes tienen que hacer suya la idea de la campaña y promover la instalación de los servicios sanitarios de higiene o de limpieza y el control y el mantenimiento de los mismos».

Desde luego, mucho más no se podía hacer. Bueno, algo sí, porque pronto se aprovechó lo de limpiar el país para extender la recomendación a la ciudad, al pueblo y al campo —lo de mantener limpia la casa de cada uno creo que ya era una cuestión particular—, y hasta la empresa de juguetes Congost sacó un juego de mesa con el nombre de «Mantenga limpia España», que seguro que hoy día tendría un gran éxito, ¿o será que me estoy liando un poco y ya no sé en qué época vivo?