El milagro de la bicicleta

El pequeño José Manuel López Bravo, en los años 60, subido en su bicicleta marca Orbea, en el Espolón de Santo Domingo de la Calzada (La Rioja).

Si con la máquina del tiempo pudiéramos trasladar nuestras unidades móviles hasta los años 60, por ejemplo, y preguntarle a un niño o una niña cuál era aquel juguete que nunca tubo y con el que siempre soñó o el que más deseaba y, milagrosamente, su deseo se hizo por fin realidad, es probable que la mayoría de ellos dijera que una bicicleta, a ser posible con ruedines, para poder iniciarse mejor en el noble arte de pedalear.

El zoom «made in Lazarov»

El popular Ballet Zoom

Hay que ver, con lo tranquilos que estábamos viendo los programas musicales (también conocidos entonces como «de variedades») que TVE emitía allá por los años 60, como «Escala en Hi-Fi», «Gran Parada», «Carrusel», «Galas del sábado»… y tantos otros, y de repente, como el que no quiere la cosa, en 1969 va y aterriza en nuestro país un realizador rumano que atendía al nombre de Valerio Lazarov. «¿Rumano?», se preguntaban muchos. Pues sí, rumano, ¡y menudo rumano!, porque casi de la noche a la mañana puso la TV patas arriba, primero con un programa musical titulado «El irreal Madrid» (1969), tan sorprendente como exitoso, que incluso ganó la Ninfa de Oro en el Festival de Televisión de Montecarlo, algo con lo que nunca hubiéramos soñado.

Eurovisión 2022: Mucho ruido y algunas nueces

Después de ver la última edición del llamado Festival de la Canción de Eurovisión, o sea, Eurovisión, a secas, hoy me he levantado muy ufano dispuesto a hacer una crítica constructiva del espectáculo que mis ojos y mis oídos pudieron ver y oír a trompicones, que fue como una etapa de los Dolomitas en el Giro de Italia, y, por ende, a vanagloriar los viejos tiempos de lo que fue un certamen en el que la música y las buenas canciones eran las protagonistas, mientras que el esperpento quedaba para otras ocasiones. Así que, ordenador en mano, me he aprestado con firme devoción a recordar a Gigliola Cinquetti, Udo Jürgens, Sandie Shaw, France Gall, Frida Boccara, ABBA, Celine Dion… y tantos otros ganadores más de Eurovisión, sin olvidar, por supuesto, a Massiel y a Salomé, nuestras insignes vencedoras de los festivales de 1968 y 1969.

¡Bienvenidos al Parque de Atracciones de Madrid!

El Retrovisor

A los que vivíamos en Madrid —qué tiempos aquellos sin confinamiento ni pandemia, aunque justitos de libertad «a la madrileña»— la verdad es que nos vino de perlas la inauguración, el 15 de mayo de 1969, de ese gran Parque de Atracciones que nos dejó con la boca abierta. Por fin ya teníamos un fantástico sitio al que acudir con la familia o con los amigos para divertirnos, y tan cerca, ahí, en la Casa de Campo, a la que incluso podíamos ir en el Suburbano, que funcionaba desde 1960, bajándonos en las estaciones de Lago o de Batán.

Además, contaba nada menos que con 30 atracciones mecánicas que eran una auténtica pasada. Así que, por 5 pesetas que valía la entrada, podías pasar un día inolvidable montando en «7 Picos», «Gusano Loco», «Alfombras Mágicas», «Viaje al Centro de la Tierra», «Camas elásticas», «El Pulpo», «La Noria», «Viaje Espacial», «La…

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¡Será por gaseosas!

Tengo la impresión de que, de un tiempo a esta parte, se ha ido perdiendo la sana costumbre de beber vino con gaseosa, o en su defecto sifón, en las comidas, lo cual no es que esté ni bien ni mal, sino simplemente una apreciación personal sobre un hábito cotidiano que en otro tiempo parecía institucionalizado.

Buena prueba de ello es que, hoy día, cuando te acercas a un supermercado a comprar alguna gaseosa, la variedad de esta refrescante bebida es francamente pobre. Por lo general, uno se encuentra con la gaseosa de toda la vida, o sea, «La Casera», a la que parece que le hicieron un contrato fijo que perdura eternamente, y si acaso la marca blanca de la franquicia de tiendas a la que uno ha ido a comprar.

En estas circunstancias, siempre me pregunto: ¿y dónde demonios se han metido «La Pitusa» o «La Revoltosa», que eran mis gaseosas favoritas? ¿Es que ya nadie recuerda las saltarinas y pizpiretas burbujas que tenían, que, al ingerirlas, hasta conseguían que se te saltaran las lágrimas?

Y como yo, supongo que muchos echarán en falta su gaseosa preferida, aquella que en otro tiempo saboreaban con verdadero placer. Y es que de lo que no cabe duda es de que había una infinita variedad de gaseosas capaz de satisfacer los gustos y sabores de todo el mundo. De hecho, creo que no había localidad (pueblo, ciudad, provincia o región) que no tuviera su propia marca de gaseosa, o sus propias marcas de gaseosas, que en muchos casos la oferta hasta se duplicaba o triplicaba. La relación, desde luego, sería interminable y daría para un profundo estudio de «comportamiento sociológico», pero baste con citar solo a algunas (al margen de las ya antes referidas) , a ver si hay suerte, y entre ellas alguien logra reconocer la suya. Pues ahí va: «La Preferida», «La fama cordobesa. Pijuan», «La amapola», «La moderna, «Rigau», «Dungil», «Gaseosa Selecta», «Ebesa», «Otero», «Eduardo Feijó», «López», «La Vianesa», «Valcárcel», «Rodicio»… En fin, y así podríamos seguir hasta mañana.

PD

Solo por curiosidad, Rafael Sánchez Barros, un carpintero del pueblo toledano de Calera y Chozas, lleva coleccionando botellas de gaseosas desde hace más de veinte años. Durante ese tiempo ha reunido nada menos que ¡60.000!, muchas de las cuales ya las ha exhibido en una exposición titulada «Historia de una burbuja. La gaseosa en España». Como bien señala Rafael: «En el pasado, cada pueblo se lio a hacer gaseosas. La gente montaba su tinaja de barro, abría el grifo y a rellenar». Pues no se hable más…

Texto extraído del libro «El Retrovisor. Un paseo emocional por la memoria» (El ojo de Poe, 2019)